Deseo compartir con ustedes una nueva visión para los Estados Unidos de América. Es una visión enraizada en los principios fundadores de nuestra nación, una visión que exalta el ideal de “Una nación bajo Dios” y entonces va un paso más allá hacia una idea más grande, más universal de “Una familia bajo Dios”.
Es un sueño para todos los norteamericanos y toda la gente de fe. Y, sobre todo, creo firmemente que es la visión de Dios para la humanidad.
Reflexionemos, por un momento, en el nacimiento de nuestra nación en 1776, cuando 13 colonias “desorganizadas” anunciaron su independencia del yugo colonial de Gran Bretaña. Debe haber sido un momento de gran dolor, ansiedad, y alegría, porque aquellos que firmaban la Declaración de la Independencia sabían muy bien cuál sería su destino si fallaban. Lo asombroso de la Declaración es la profunda retórica espiritual y la clara referencia a Dios, o el Creador, como la fuente verdadera de la dignidad humana y los derechos intrínsecos.
Creo que esa misma Declaración de la Independencia permanece como el documento más importante de nuestra era moderna. A pesar de que era un documento secular, estaba levado con trasfondos espirituales que evocaban un anhelo piadoso de establecer un nuevo país comprometido a principios sobre los cuales “una nación” pudiera ser creada “bajo Dios”. Así, acarreaba una profunda autoridad espiritual y se volvió la base, creo yo, de una nueva alianza con Dios. Esa alianza estaba enraizada en la promesa bíblica hecha primero a Israel en el libro de Isaías.
Veraz a tal profecía, los Estados Unidos de América invitaba a todos los hijos de Dios a venir y venerarle según los dictados de sus conciencias. Aunque predominantemente una nación cristiana, los Estados Unidos fue la primera nación en la tierra comprometida a los valores universales. Fue la primera nación para la libertad religiosa y los derechos humanos, sin importar la denominación, fe, nacionalidad, etnicidad, y raza.
Los Estados Unidos de América se volvió un crisol pluralista, representando cómo podía el mundo vivir en armonía bajo una visión nacional enraizada en la soberanía de Dios. Por supuesto que ha habido tiempos en que Estados Unidos de América no ha vivido completamente de acuerdo a sus ideales fundadores. Pero, en su plena forma, este país representa las esperanzas y aspiraciones de toda la gente del mundo que afirma a Dios.
El poder de esta visión va hacia atrás hasta el nuevo comienzo de la historia humana. De la misma manera que tenemos grandes aspiraciones y esperanzas para nuestros hijos, así tenía Dios grandes expectativas para la humanidad. Dios deseaba que Sus hijos crearan una familia verdadera que pudiera ser la escuela del amor verdadero, la vida verdadera, y el linaje verdadero. Hubiera sido la familia de Dios, donde Él moraría como el Padre Verdadero de toda la humanidad.
Sin embargo, este sueño no se realizó. Y en consecuencia, Dios ha estado esperando pacientemente a lo largo de la historia humana, frecuentemente en agonía y lamento, para que alguien hiciera realidad Su sueño incumplido.
Dos mil años atrás, el joven hijo de carpintero, Jesucristo, fue por encima de su propio pueblo, refiriéndose a Dios como a su Padre y abrazando a toda la humanidad como a sus hermanos y hermanas. Jesús enseñó un amor no egoísta, un amor compasivo, la necesidad de una responsabilidad espiritual individual, la promesa de una salvación universal, y la necesidad de crear la familia de Dios.
Trágicamente, la vida de Jesús fue interrumpida, y el nuevo vino que él estaba por traer, fue puesto en “botas de vino” menos nuevas. Aún así, su legado y mensaje siguió vivo a través del fundamento del cristianismo mundial.
No fue hasta el tiempo de la era moderna con la fundación de los Estados Unidos, que el espíritu universal y verdadero del cristianismo echó raíz. En vez de propugnar alguna fe o denominación, los norteamericanos han disfrutado de la libertad de seguir los dictados de su conciencia, con la esperanza de crear una nación unida bajo la soberanía de Dios.
Eso se volvió la base del sueño norteamericano en construir “Una nación bajo Dios”. El sueño para crear “Una familia bajo Dios” no terminó con Jesús. Se mantuvo latente dentro del mensaje cristiano, esperando que alguien reavive la misión global y universal de Jesús.
Mi padre, el Reverendo Sun Myung Moon, ha dedicado su vida entera al cumplimiento de esa misión. Él desarraigó su familia e invirtió 34 años de su vida para despertar a los Estados Unidos de América a su llamado providencial.
Este sueño de construir “Una familia bajo Dios” no es meramente el sueño de un hombre, de una mujer, o de una familia, sino es el sueño de toda la humanidad, y sobre todo, el sueño de Dios.