En la década del 40’ del siglo pasado el Rvdo. Moon comenzó su fantástica y faraónica tarea, y la inició primero en forma humilde y aislada, pero que se hizo grande, importante, masiva, a partir del año 1954, cuando creó la Asociación del Espíritu Santo para la Unificación del Cristianismo Mundial. Desde ese entonces, la prédica del Rvdo. Moon estuvo centrada fundamentalmente en tres aspectos: el amor verdadero, la familia y el diálogo interreligioso.
El amor verdadero es vivir para el bien de los demás, vivir al servicio de los demás, vivir en forma desinteresada, dando sin recibir; sin recibir algo que fuera material, pero recibiendo mucho desde el punto de vista espiritual. Al dar se recibe una tremenda satisfacción espiritual. El espíritu se renueva, se fortifica y se llena de más atributos. Al dar recibimos todavía una mayor gratificación, que es la de saber que estamos colaborando con la tarea de Dios en este mundo.
El amor verdadero tiene su expresión primera y más importante en la familia. Mucho se ha dicho de la familia: la institución divina por excelencia, la célula básica de la sociedad, pero lo importante de la familia, de la familia cristiana, de la unión del hombre con la mujer, es que es la primera escuela del amor. Es donde se aprende, se disfruta, se perfecciona y luego se transmite ese amor verdadero: amor conyugal, amor paternal, amor filial y amor fraternal.
El tercer aspecto es el diálogo interreligioso con miras a obtener una armonía interreligiosa tan necesaria en este momento de gran confusión y crisis en toda la humanidad. Se ha dicho que no hay una nación sana, sin una religión sana, y que no hay una religión sana si no hay un diálogo dentro de esa religión. Pero ese diálogo no solamente se debe mantener a nivel de los líderes de las religiones, sino que todos nosotros, como simples seres humanos, y aún sin pertenecer en forma activa a ninguna religión, en nuestro diálogo diario, debemos buscar las coincidencias que nuestro prójimo pueda tener con nuestras creencias y con nuestra fe. Esa es la manera como se puede empezar a lograr una armonía, de abajo hacia arriba, desde el simple ser humano hasta llegar a la jerarquía religiosa: respeto por la fe y por las creencias, por mi fe y por mi creencia, y por la creencia y la fe de mi prójimo. Dialogando, a veces discutiendo, pero siempre con un norte muy claro y muy fraterno vamos a llegar a descubrir los puntos de coincidencia de todas esas religiones, que son los que nos van hermanar y nos van a permitir seguir bregando por el establecimiento de la paz.
Pero estos tres aspectos: el amor verdadero, la familia y el diálogo interreligioso, para poder ser cumplidos cabalmente deben ser realizados por personas que tengan una amplia riqueza espiritual. Esa riqueza espiritual surge de aquellos valores de conducta -morales, familiares- valores universales espirituales que son los que nos permiten llegar a ser criaturas un poco más cercanas a la imagen que Dios quería.
¿Qué es lo que ha pasado con los tan pregonados y remanidos valores a través de la historia de la humanidad? En la antigüedad, las creencias heredadas de las tradiciones y las enseñanzas y doctrinas de los fundadores de religiones, de los pensadores y de los filósofos que eran aceptados por el conjunto de una sociedad, se transformaban inmediatamente en verdades universales y eternas. En la época de la modernidad, especialmente en la civilización occidental, la clase culta de esa época ilustrada, para que una creencia fura verdadera la sometían a la razón y a la experiencia. En ese entonces la ciencia y la filosofía eran las únicas dos que podían brindar explicaciones razonadas para justificar el mantenimiento de una creencia. A mediados del siglo XX, el éxito de la ciencia y el auge del neopositivismo hizo que lo que debía ser considerado como una verdad objetiva o un conocimiento cierto fuera puesto en duda a través de teorías y experiencias científicas, basadas en datos, en hechos y en experimentos públicos y observables.
A mediados del siglo pasado, con la crisis de la racionalidad sucedieron también crisis de fe en el pueblo, de fe en las religiones establecidas, lo que fue acompañado posteriormente por una crisis en los partidos políticos y en las ideologías políticas. Esto desembocó en el fracaso de algunas ideas revolucionarias que tuvieron su máxima expresión en el derrumbe de la utopía comunista. Llegamos así a la pos-modernidad en la que estamos viviendo. ¿Y qué sucede en esta era? La inseguridad, la incertidumbre, la confusión ha hecho que hoy sea difícil distinguir entre lo que es verdad y lo que es mentira, entre lo que está bien y lo que está mal. Se discuten los valores morales individuales y lo que es éticamente correcto o incorrecto en la vida social y política de una nación. Este estado de confusión toca el ámbito individual, el ámbito familiar, el ámbito social y el ámbito político. Esto es lo que estamos viviendo actualmente: un aumento progresivo de la violencia, un sinnúmero de adicciones en la juventud, el derrumbe de la familia y la intensa corrupción política. ¿Y todo esto por qué? Porque se han ido olvidando y están desapareciendo los valores éticos universales.
¿Cómo se puede hacer para recuperar estos valores? Algunos, en forma muy simplista, opinan que debe volverse a las creencias primeras de las distintas religiones, como así también a las enseñazas de las distintas culturas, razas, etnias y naciones. Podría pensarse que si hablamos de valores éticos universales debemos reconocer que existe una civilización occidental y una civilización oriental. Por lo tanto, valores universales deberían comprender valores de ambas civilizaciones. Simplificando enormemente podríamos decir que deberíamos volver a fijarnos, a releer y a poner en práctica las enseñazas aristotélicas del mundo occidental. Aquellas que hablaban del conocimiento moral, del sentimiento moral y de las acciones morales de los seres humanos. Al lado de este pensamiento occidental podríamos poner como figura relevante, para amalgamarla a la de Aristóteles, a Confucio, cuyas enseñanzas espirituales siguen teniendo la misma vigencia que los miles de años que han pasado.
Todas las religiones tienen elementos imponderables que pueden constituir puntos de partida para renovar y actualizar estos valores universales. Buda enfatizó la compasión; Confucio, la humanidad o la benevolencia; Mahoma, la misericordia; Jesús, el amor al prójimo. Otros pensadores y filósofos, como Sócrates, decía de sí mismo que era como una comadrona, que alumbraba en sus discípulos la verdad que llevaban dentro de sí. Emmanuel Kant hablaba de la bondad del ser humano, de la necesidad del respeto a los demás y de la necesidad de mantener una conducta permanente en pos de ideales, aún a costa de la pérdida de la propia felicidad. ¿Será esto posible? Yo creo que es posible.
Fíjense, hay algunas diferencias, pero que a la vez llevan a un encuentro, entre lo que es la cultura occidental y la cultura oriental. Por ejemplo, la cultura oriental rinde culto a los antepasados, respeto a los antepasados, respeto a los padres, respeto a los maestros. Es una cultura vertical. La cultura occidental se basa o pretende la fraternidad y la igualdad. Es decir, dos condiciones que la podemos colocar en el plano horizontal. En la cultura oriental, en algunos países se escribe de forma vertical. La escritura occidental es horizontal. El saludo en la cultura oriental es una inclinación vertical del cuerpo. El saludo en la cultura occidental es con un apretón de manos en el plano horizontal. En el momento en que estos dos planos, el vertical y el horizontal, se entrecrucen, allí estará la amalgama de las mejores condiciones de cada una de estas culturas. De allí podrán surgir todos los elementos necesarios para reformular valores éticos universales.
El Rvdo. Moon propugnó hace unos años en las Naciones Unidas el establecimiento de un consejo interreligioso. Fíjense que gran oportunidad tendría la humanidad si ese consejo interreligioso llegara a constituirse, porque podrían representantes de ambas culturas, oriental y occidental, considerando sus principios y sus creencias, llegar a establecer nuevas cualidades que simplifiquen el acercamiento de los hombres entre sí, de los seres humanos entres sí.
Se ha perdido un gran tiempo en las Naciones Unidas. ¿Y por qué ha sucedido esto? Ustedes recordarán que la Organización de las Naciones Unidas fue creada en 1945, terminada la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuál fue la nación que más preponderancia, posiblemente militar-geopolítica, tenía en ese momento? La URSS: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. ¿Y cuál era el fundamento filosófico de la política comunista? El materialismo ateo. Por lo tanto, de qué manera podía ingresar Dios en esa Organización de las Naciones Unidas. Ahí se perdió la gran oportunidad. Ahí se perdió la oportunidad de que Dios ingresara en contacto con los seres humanos dedicados al quehacer político. Esto debería volver, debería instalarse, de esa manera podríamos llegar a construir principios éticos universales valederos.
Una de las enseñanzas máximas de Confucio es una oda a la esperanza, una oda al amor. Ahí tenemos el secreto de llegar a construir la paz en el mundo. Esa enseñanza dice así: “Si hay un corazón justo, hay belleza en el carácter; si hay belleza en el carácter, hay armonía en el hogar; si hay armonía en el hogar, hay orden en una nación; y si hay orden en las naciones, habrá paz en el mundo”.
Señoras y señores, muchas gracias por sus respetos, buenas noches y que Dios los bendiga.
Discurso dado en el Hotel Panamericano (Buenos Aires), el 1° de octubre de 2006, en el cierre del evento de la III Gira Mundial de la Federación para la Paz Universal. El Dr. Blasnik, Presidente de la Federación Interreligiosa e Internacional para la Paz Mundial en Argentina desde el 2001 y luego de la UPF, falleció el 25 de octubre de 2006. En su homenaje, el salón principal de la Embajada para la Paz en Argentina lleva ahora merecidamente su nombre, por su hombría de bien y su destacada labor en la función, comprometida y desinteresada.