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M. Werner: Mandato divino y tarea humana

La paz es un don de Dios y requiere de los esfuerzos humanos para concretarla. De religiosos, políticos, de referentes de la amplia gama de organizaciones de la sociedad civil, de hombres y mujeres de buena voluntad. Interpelados por los recientes acontecimientos que comprenden secuestros y asesinatos, que incluyen hasta abominables crucifixiones; profanación de lugares sagrados, persecuciones por cuestiones de fe o etnia y otros variados hechos violentos: escándalo para creyentes y afrenta para todo mortal.

Si bien se perciben signos de conciencia de una sola familia global, estos dolorosos hechos multiplican más resentimientos, generan más impotencia y siembran más confusión en la amplia zona de Medio Oriente y otras regiones afectadas por diversas crisis de liderazgo. Las consecuencias mayores las padecen los pueblos de cada nación y las sufren familias víctimas de los horrendos “sacrificios humanos”, que sienten como propias hombres y mujeres que apuestan por la paz como camino de realización y progreso.

Espíritus, mentes y corazones deben ir de la mano para revertir la espiral de violencia. Para liderar la paz. Los religiosos honrando el precepto de “amar a Dios y amar al prójimo” que reafirman sus libros sagrados. Los políticos encarnando el preciado propósito del “bien común” en todas sus acciones. Las ONGs respondiendo a las necesidades más cercanas de su comunidad. Nadie es inexcusable de efectivizar más pronto estos principios, mandatos y nobles ideales: en palabras, gestos y acciones.

Es deber de cada organización empoderar a los líderes moderados, quienes puedan ser los “maestros mayores de obra” que asumen de manera visible la responsabilidad de abrir caminos y tender puentes hacia el encuentro, la solidaridad, la reconciliación, la compasión, el perdón y el amor. Para crear mayores márgenes de respeto mutuo, diálogo y cooperación. Para dar curso a la oportunidad histórica de sustentar la paz y torcer el rumbo de las divisiones fundamentalistas de todas las extracciones y los terrorismos asentados en miedos y fortalecidos en odios.

El bienestar de la comunidad global es una meta mayor que los intereses particulares de un grupo, un gobierno, una religión o un país. Esto resulta de un postulado matemático: “la totalidad es mayor que la parte”; un principio inscripto en la naturaleza de las cosas: de responder al bien mayor. Las mezquindades, producto de la crisis de grandes dimensiones, resultan una amenaza para la paz al postergar las necesidades básicas de amplias franjas de la población: de alimento, salud, vivienda, trabajo y educación.

La grandeza en la dirigencia es una virtud que cobra dimensiones trascendentes en el actual contexto. De propiciar encuentros más allá de sus particularidades. De cooperar y marcar pautas claras de convivencia. Ningún esfuerzo será suficiente para alcanzar el sueño de la paz que brota del corazón de cada ser, un imperativo indelegable de este tiempo, pero las energías sumadas a este propósito, aún los que parezcan insignificantes gotas en un océano ayudarán a preservar la vida, el planeta y la humanidad. Nuestra suerte está irremediablemente entrelazada.

Aquí es importante ponderar el incalculable valor de la formación intercultural e interreligiosa de los dirigentes en el perfil multifacético de este mundo globalizado y el trascendente rol de la transmisión de valores universales en las distintas instituciones educativas, que reafirmen la dignidad de cada persona y la riqueza de la diversidad. Porque para que las espadas se conviertan en rejas y las lanzas en hoces, como expresa el Profeta Isaías, es necesario un cambio de enfoque y de pensamiento, sobre todo de corazón, para dejar de ver al otro como un extraño y mucho menos como “enemigo”.

Y cuando negros nubarrones oscurecen el sendero es necesario una y otra vez elevar el espíritu, la mente y el corazón a lo Alto, para encontrar nueva luz, nueva esperanza y nueva inspiración. Imprescindible para fortalecer la voluntad y el firme compromiso en la concreción de la esperanza de todas las eras, un mundo de fraternidad y paz, donde puedan vivir las presentes y futuras generaciones. Alfa y omega de todo desarrollo humano sustentable. Mandato divino y tarea humana.