Presentación dada al Seminario de Liderazgo y Buena Gobernabilidad, Asunción, Paraguay, 29 de Febrero 2008

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Tengo una gran esperanza por Paraguay y por toda Latinoamérica. Estoy descubriendo en esta nación, un alentador deseo de abrazar una nueva frontera, de terminar con los antiguos caminos y de entrar en una nueva era. Yo creo que si el hemisferio Occidental puede unirse, va a demostrar al mundo un modelo de igualdad, libertad y dignidad, que vienen del Creador, nuestro Padre Celestial eterno.

Mis padres nacieron en Corea, una nación devastada por la guerra. Cuando tenía cuatro años de edad, mi familia vino a Norteamérica. Desde entonces toda nuestra familia ha estado viajando por los seis continentes, compartiendo su visión de: “La humanidad como una familia bajo Dios”.

Mi padre enseña que esta visión no es nada más que el sueño original y el ideal de Dios Mismo. A medida que crecía en los Estados Unidos, llegué a darme cuenta de que es un país de una gran abundancia material que ha perdido su dirección interna. El sueño norteamericano no era meramente una visión económica o política sino la convicción de una nación que reconoció la soberanía de Dios y respetó los derechos humanos como la herencia común de la humanidad.

La Constitución de los Estados Unidos dice que los derechos verdaderos de los seres humanos no vienen de instituciones humanas. Son un derecho inalienable, una herencia de nuestro Padre Celestial. Como tal, está por encima de la política y las leyes mundanas. En tiempos de pruebas y dificultades fue ese legado fundamental lo que dio dirección y propósito a esa nación. Cada vez que los cambios políticos, económicos o sociales sacudían a la nación, ésta fue capaz de sostenerse firme por tener ese fundamento inmutable.

Como coreano que adopté esa nación como propia, he llegado a comprender que todo aquel que aspira a construir un mundo de verdadera prosperidad, paz y dignidad humana, tiene que reconocer primero la dignidad de Dios, y hacerle a Él el centro de sus conversaciones.

En este tiempo de conflicto global, la visión de construir una familia bajo Dios está empezando a resonar en los corazones de la gente en todo con muchos gobiernos para presentar el currículo de Educación del Carácter compartiendo esta visión de paz. Estamos promoviendo una concientización global de que la abundancia en este mundo no es para unos pocos, sino para todos los hijos de Dios.

Este mensaje es el mismo mensaje enseñado por el hijo de un carpintero 2.000 años atrás, nacido en un mundo que había aceptado la esclavitud, que no reconocía los derechos de la mujer, y que carecía de un concepto de salvación para todos. Ese hijo de carpintero dio un mensaje de esperanza que cambió la historia. El padre de los principios fundamentales inculcados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es otro que ese hijo de carpintero, 2.000 años atrás, Jesucristo.

Pero de alguna forma, la humanidad perdió ese sueño y se dividió en facciones. Estamos divididos por la posición política, nacionalidad, raza, grupo étnico y tristemente aún por la religión. Una persona que escuchó el llamado de paz de Jesús, que escuchó el corazón de nuestro Padre Celestial, quien quería ver a una familia humana unida y sin barreras, fue también el hijo de padres muy humildes, campesinos que vivían en las montañas de Corea del Norte.

A pesar de que la mayoría de las iglesias enseñaban que Dios es omnipotente y omnisciente, ese joven sentía que Dios, como un Padre Celestial, debía ser un Dios sufriente. ¿Cómo podría ser de otra manera si observaba a la gente coreana dominada por otra nación, teniendo prohibido hablar su propio idioma y practicar sus propias costumbres?

En una mañana de Pascua, más de 70 años atrás, en 1935, ese joven estaba orando y meditando, buscando liberar el corazón sufriente de Dios. En oración, él recibió una revelación. La gente ha tenido muchos sueños pero este sueño era el más grande de todos, porque ha sido el Sueño de Dios desde el comienzo mismo de la creación. Él aprendió que Dios quería crear una familia humana que reconocería Su divinidad, y que heredaría ese legado y que también llegaría a hacerse divina. Él se dio cuenta que este sueño debía ser compartido con el mundo. Por supuesto había muchos que decían, “¿Quién eres tú para tener ese gran sueño y hablar de cosas tan grandes?”

Aun así ese joven hizo una promesa a Dios: que sin importar el camino que tenga que tomar, aunque fuera enviado a la cárcel, (lo cual, de hecho, ocurrió seis veces), sería fiel a ese sueño de construir una familia bajo Dios. Sobre ese fundamento estamos parados aquí hoy, y ese joven no es otro que mi padre, el Rvdo. Sun Myung Moon.

Pienso que su sueño no es solamente el de un hombre o el de una familia, sino es el sueño de toda la humanidad. Quisiera desafiarles a que hagan ese sueño propio y se vuelvan los agentes de su realización. Estamos en un mundo en crisis global, pero una brillante luz de esperanza puede aparecer si tenemos una visión y propósito en común, basados en principios comunes que vienen de nuestro Padre Celestial.

El sueño de mi padre y la obra de su vida es construir una familia bajo Dios. Si alguien aquí está dispuesto o dispuesta a dedicarse a esa visión y a ese sueño, grandes cosas van a suceder a través de esa persona, y a esa nación. Es por eso que mi Padre invirtió en este país desde hace muchos años, a pesar de ser uno de los países más pobres de América Latina. Ustedes nos han inspirado para anunciar planes para un Festival para la Paz Global en Paraguay. Trabajemos juntos en esta nueva era de cooperación, para promover un futuro brillante para este país, comenzando con un festival que celebra la visión de construir una familia grande bajo Dios, familia por familia.

¡Les invitamos a compartir esta visión entre sus contactos, de manera que llegue a ser un esfuerzo nacional que eleve a Paraguay como país líder en este continente, demostrando el verdadero espíritu de liderazgo en este nuevo Milenio, y trayendo prosperidad y esperanza a esta región y a toda la humanidad! Muchas gracias.