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L.G. Samaniego: La cooperación para la paz en América Latina

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Discurso a la Cumbre de las Américas, Biblioteca presidencial de George Bush, College Station, Texas, EEUU

La percepción de que Latinoamérica es una de las zonas más pacíficas del planeta contrasta, sin embargo, con el hecho de que es una de las que presentan mayores índices de inequidad distributiva, pobreza y de exclusión. Las expectativas generadas por los procesos de democratización acontecidos a partir de la década de los 80 no se han materializado en un cambio sustancial de las situaciones de exclusión social y de pobreza, y en una consolidación de la institucionalidad democrática que permita a la ciudadanía profundizar el pleno ejercicio de sus derechos civiles y políticos y de sus derechos económicos, sociales y culturales.

En su conjunto, esta combinación de factores económicos, sociales y políticos constituye un cuadro estructural preocupante, en tanto propende a agudizar las tensiones y las polarizaciones sociopolíticas en un contexto donde las instituciones y el sistema político en sí no parecen encontrar, en muchos casos, el cauce para generar gobernabilidad y estabilidad democrática.

Prueba de ello ha sido, con las diferencias de cada caso, la eclosión de crisis políticas en los últimos años, desde Argentina a Bolivia, para citar solo algunos ejemplos. A esta situación de tensiones y conflictos internos cabe agregar la creciente preocupación de la ciudadanía por la inseguridad y la violencia, asociadas con el desarrollo de redes criminales tanto de orden local como transnacional, y a sus vínculos con los flujos internacionales del narcotráfico, la trata y el tráfico ilegal de personas, el tráfico de armas y las actividades terroristas. La ilustración más patente de dicho fenómeno es el grave conflicto interno en Colombia, pero la situación también se cristaliza en Centroamérica con el fenómeno de las maras.

De este modo, en América latina las preocupaciones por un eventual enfrentamiento bélico entre naciones se ven desplazadas por la atención creciente ante el aumento de los conflictos internos. Dicha situación encierra el peligro de que las crisis internas deriven en conflictos a escala regional, como lo demostró la reciente tensión entre Colombia, Ecuador y Venezuela acontecida en marzo de este año. Sin dudas, una escalada bélica regional significaría un retroceso considerable en las posibilidades de impulsar el crecimiento y el desarrollo económico del continente americano.

En consecuencia, la región sólo podrá reencaminarse en el sendero de la paz si logra dar a sus sociedades un crecimiento económico que esté acompañado de un genuino desarrollo humano. No es posible seguir creciendo en el aspecto macroeconómico si dicho apogeo no es acompañado de una mejora concreta en la calidad de vida de los latinoamericanos. No podemos tener una región rica con ciudadanos pobres. La inequidad genera violencia, y la violencia es el peor cáncer que puede aquejar a nuestras sociedades.

En este marco, la mejor vía para lograr un desarrollo sustentable en nuestros países es a través de la cooperación internacional. Esta colaboración debe incluir tanto a los propios países latinoamericanos como así también a nuestros vecinos norteamericanos y a nuestros amigos europeos, con quienes nos unen profundos lazos históricos y culturales. Sólo mediante el esfuerzo mancomunado de sudamericanos, centroamericanos, norteamericanos y europeos la región logrará un crecimiento económico sustentable en el tiempo.

Dicha cooperación, a su vez, debe darse en tres niveles: entre Estados nacionales, entre Estados nacionales y organizaciones civiles extranjeras y entre organizaciones civiles. En todos los casos, el objetivo debe ser fomentar el desarrollo humano, económico, social y político, y el cuidado medioambiental de los países. De este modo, nuestros países deben estrechar sus lazos a fin de:

  • Brindar condiciones de vida digna a todos los ciudadanos de la región, mediante la cobertura de las necesidades básicas de la población.
  • Generar un crecimiento económico que esté acompañado de un genuino desarrollo humano.
  • Impulsar la atracción de flujos de inversión extranjera como mecanismo de crecimiento a largo plazo.
  • Defender y divulgar el respeto de los Derechos Humanos.
  • Favorecer la integración igualitaria de las mujeres, mediante la defensa de sus derechos y el incentivo de su participación en todos los aspectos de la vida del país.
  • Defender la democracia y la participación ciudadana en política.
  • Combatir la corrupción y garantizar la transparencia de las instituciones de gobierno.
  • Promover la educación como herramienta trascendental para el desarrollo sustentable.
  • Estimular la cooperación científico-tecnológica como un instrumento estratégico de posicionamiento internacional.
  • Privilegiar el diálogo como mecanismo para la resolución pacífica de conflictos.

Sin embargo, la cooperación también debe darse a nivel de la sociedad civil. Las distintas agrupaciones ciudadanas y organizaciones no gubernamentales cumplen un rol muy valioso a la hora de lograr un desarrollo humano sustentable. En primer lugar, su cercanía con la población las convierte en un vehículo muy eficiente para poner en práctica las distintas iniciativas diseñadas para mejorar la vida de los distintos sectores de la sociedad. En segundo término, pueden monitorear el respeto de los derechos humanos en las comunidades donde operan. Finalmente, cumplen un rol fundamental en el proceso de cabildeo, incidencia, capacitación y educación para la reducción de las inequidades y la construcción de la paz.

Dadas las condiciones estructurales de desigualdad y exclusión social que caracterizan a las sociedades de la región, las posibilidades de emergencia de conflictos violentos son muy altas. En este contexto, los Estados y organizaciones civiles deben cooperar tanto a escala local como regional en la creación de mecanismos institucionalizados para llevar el desarrollo a todos los estratos de la sociedad.

Así, es necesario promover el diálogo entre gobiernos, parlamentos y organizaciones gubernamentales e intergubernamentales a nivel nacional e internacional. A todos ellos corresponde la construcción de redes cooperativas que logren un enfoque pluralista, multiétnico y multicultural, que incluya a mujeres y jóvenes en la generación de programas de desarrollo humano. La misión de estas redes deberá ser la promoción tanto de iniciativas de crecimiento económico sustentable como de programas de reconocimiento de la paz como un bien público irrenunciable.

El siglo XXI pone a Latinoamérica frente a una encrucijada. Los países de la región pueden optar por el aislacionismo y la búsqueda de autarquía, en un intento de protegerse de un mundo exterior en constante transformación. Sin embargo, dicha postura sólo traerá más pobreza y exclusión en naciones ya demasiado golpeadas por el hambre y la miseria.

Por el otro lado, los latinoamericanos pueden reconocer que la cooperación entre naciones es el mejor modo de afrontar las incertidumbres y desequilibrios que caracterizan la fase actual de la globalización. Ello no implica, como algunos pueden argumentar, la cesión de soberanía o la renuncia a las prerrogativas nacionales. La unión no debilita a nuestros pueblos, sino que los hace más fuertes.

No obstante, nuestros países deben tener en cuenta que la cooperación internacional no puede darse como producto de la improvisación. En rigor, para construir lazos sólidos con otras naciones nuestros gobiernos deben entender la colaboración como una política de Estado. Los acuerdos espasmódicos, inconexos y descoordinados sólo arrojarán resultados pobres. Frente a las visiones coyunturales, generalmente reactivas y de corto plazo, de gobiernos y organismos intergubernamentales, los países latinoamericanos deben diseñar estrategias con una aproximación estructural de los problemas y una visión a largo plazo.

El desarrollo humano sustentable encierra el germen de la paz y la prosperidad en América latina. De su correcta instrumentación depende el crecimiento viable de nuestros pueblos. En consecuencia, todos los actores políticos, sociales y económicos de la región deben tomar conciencia de que la contracara de la paz no es sólo la guerra, sino también la miseria, la marginación y la inequidad social.

También dicho por el propio Rev. Moon hoy estamos viviendo la era de las mujeres y por lo tanto reconociendo el valor del aporte de la mujer a la sociedad desde ahí juntos hombres y mujeres podemos construir la cooperación para lograr alguna vez instalar la cultura de la paz.

Por otro lado reconocemos el liderazgo del Rev. Moon y familia que han logrado años tras años reunir a líderes de diferentes puntos del mundo sin distinción de raza, religión ni ideologías políticas.

En nombre de la delegación paraguaya les invito y nos sentiríamos muy honrados en contar con la presencia de ustedes en el festival internacional por la paz a realizarse en Asunción Paraguay el 5 de julio próximo.