El problema con la guerra, especialmente en Vietnam, fue que las armas como el napalm carecían de alma. Si estabas por casualidad bajo el napalm, te incineraba instantáneamente. Yo llegué a la 1:00 de la madrugada a la ciudad de Ho Chi Minh (previamente Saigón), después de un vuelo atormentado por imágenes de películas e informes de noticias de los años 1970. Planeaba quedarme diez días, pero me quedé un mes entero.
El origen de mi viaje empezó en una cena con los Embajadores para la Paz en Nueva Jersey, EEUU, algunos meses antes. Casi toda mi vida he sido comerciante y aprendí rápidamente a leer situaciones, y lo que ví allí fue intrigante. He participado en muchas recepciones que afirmaban ser diversas cosas pero que acababan en grupos segregados.
En esta sala de 700 personas, la mayoría de las mesas eran multi- étnicas. Un rabino estaba sentado en una mesa con un imam. Ocho de las diez personas sentadas a mi mesa eran de una raza distinta de la mía. A medida que el evento progresaba, una rara sensación de unidad llenaba la pieza, como adobándonos, disolviendo nuestras diferencias.
Anteriormente, mi experiencia más parecida a ésta fue cuando trabajaba en Orlando, Florida, y fui a Disney World para mezclarme y vigorizarme con la energía colectiva de la gente alegre.
Al fin del evento fueron nombrados Embajadores para la Paz alrededor de 100 personas. Estaba envidioso. Yo quería hacerme miembro de este club, no por el certificado sino para ser parte de algo que experimentaba como auténtico y significativo. Mi deseo se cumplió alrededor de dos meses después en otro evento, cuando llamaron mi nombre y fui nombrado Embajador para la Paz. En el comercio, si uno tiene éxito te dan muchos premios, pero esto era distinto. Era el reconocimiento del potencial. Felicitándome, mi amigo no me dijo “¡Bien hecho!” sino “¿Qué vas a hacer ahora?”
Ví a esto no como un premio sino como un desafío. Mientras iba hacia el aeropuerto para tomar mi vuelo a ese lugar lejano llamado Vietnam, me di cuenta que podía verme a mí mismo como un estadounidense cualquiera volviendo a visitar una antigua nación enemiga o podía verme como un Embajador para la Paz, siguiendo a los cinco principios para la paz: Dios, espiritualidad, familia, servicio, y unidad.
Mi meta era hacer que cada momento fuera agradable para los demás y para mí – incluso cuando estaba empapado por la humedad perpetua o por los aguaceros torrenciales. Pensé en las palabras del dramaturgo británico Geroge Bernard Shaw:
“Esta es la alegría verdadera de la vida, ser usado para un propósito reconocido como poderoso, ser una fuerza de la naturaleza en vez de ser un estúpido egoísta de agravios y enfermedades quejándose de que el mundo no se está dedicando a hacerte felíz. Soy de la opinión de que mi vida pertenece a toda la comunidad y, mientras viva, es mi privilegio hacer lo que pueda para ella.”
Cuando no apareció mi equipaje, la aventura había comenzado. Apariciones de experiencias negativas del pasado cuando había perdido mi equipaje vinieron a la mente, pero un encargado de equipajes, un tercio de mi tamaño, se subió en los carruseles para ayudar a varios pasajeros sin equipaje. Agarró nuestros boletos para reclamo de equipaje, escribió los números en la palma de su mano y examinó las maletas restantes. Decepcionado, nos llevó al mostrador para el reclamo de equipaje. Una mujer amable tomó nuestros números y nos invitó a sentarnos. No requerían que llenáramos ningún formulario, sino pura acción instantánea. Cinco minutos más tarde nos informó que nuestras maletas todavía estaban en Chicago y nos dio su número de celular para que llamáramos a la mañana.
Estas dos respuestas serviciales y rápidas no eran una excepción; eran la norma. ¿Era esto el nuevo Vietnam?
Durante el mes siguiente hubo cientos de incidentes pequeños, desde un vendedor de bebidas que vino corriendo para dar un sorbete a un vendedor en un mercado que nos pagó el almuerzo (su hija es una estudiante de intercambio en EEUU y la voy a llevar a ver la ONU la próxima semana). Aunque apenas hablaba vietnamés, los comerciantes con quienes había hecho negocios tomaban mis bolsos cuando reaparecía, y los ponían bajo su mostrador para aliviar mi carga.
Tuve experiencias memorables con muchas familias. En mi tercera visita a un hogar, el patriarca de 83 años inmediatamente desapareció y volvió cinco minutos más tarde con una Coca Cola-Diet para mí. Viendo la alegría que él radiaba mientras me veía beberla, me hizo entender el concepto del servicio en un nivel más profundo.
Vietnam tiene 4000 años de historia, y su cultura del tratamiento humano a gente extranjera es legendaria. En el año 1400, los chinos invadieron Vietnam y fueron sólidamente derrotados. En vez de matar o esclavizar a los prisioneros de guerra, el emperador les pidió disculpas y les dio caballos y barcos para que volvieran a casa.
Mientras viajaba por la delta del Mekong en barco, pasando la ciudad antigua de Hue y la costa cerca de Hoi An, la lucha diaria para sobrevivir era terriblemente obvia. Todo, desde trabajar en los campos de arroz hasta reconstruir una motocicleta requiere largas horas de trabajo duro. Pero existe un espíritu contagioso de familias fuertes, trabajo duro, y una fuerte voluntad en tener éxito. Su lema es: “Somos un país, no una guerra.”
Durante cuatro semanas fui transformado por simples acciones de bondad, realizadas inconcientemente, que a menudo me llenaban los ojos de lágrimas. Yo creía que tenía algo para ofrecerles, pero la calidad del amor inmerecido que este país compartió conmigo en junio de 2007 está grabada en mi alma y va a dejar una larga sombra el resto de mi vida.
Al volver a EEUU estaba inspirado para hacer más como Embajador para la Paz. Secretamente, quería compartir esta paz y este amor con otros. Bien, ten cuidado con lo que deseas. Hoy en día soy Director de la Oficina de Miembros en la Federación para la Paz Universal y ayudo a diseñar programas para los Embajadores para la Paz. Cuando abres a tu corazón, el mundo hace lo mismo.
P.D.: Si quieres viajar a Vietnam en una misión para la paz, envía un e-mail a