Jean Paul Samputu es uno de los dos únicos miembros de su familia que sobrevivieron las atrocidades ocurridas en su tierra natal de Rwanda, África. Samputu perdió a sus padres, tres hermanos y una hermana. En octubre de 1990 lo habían encarcelado junto con otros Tutsis durante seis meses. Cuando volvió a su pueblo, su padre le advirtió que se fuera de allí porque, siendo un músico conocido, su vida estaría en peligro en el brote de violencia que era sólo una cuestión de tiempo.
Le tomó casi dos días, pero logró cruzar la frontera a Burundi. Le pagó a gente durante el camino para que lo ayudara, viajando por la noche y escondiéndose en el bosque de día. Para confrontar su miedo, empezó a beber alcohol, una costumbre que le perseguiría durante muchos años.
Después de mudarse a Uganda, escuchaba los mensajes de odio que se propagaban en la radio. Quedó horrorizado por los reportajes en abril de 1994 informando que 1 millón de personas fueron asesinadas en un período de 90 días. Cuando volvió a su casa en julio, un mes después de acabado el genocidio, descubrió que sólo una hermana había sobrevivido.
Era difícil obtener alguna información sobre quién fue responsable y cómo se pudieron cometer semejantes atrocidades. Samputu se enteró que su madre no estaba en casa cuando mataron a su padre, pero cuando ella se enteró, fue corriendo a casa gritando, “¡Mátenme!, ¡Mátenme!”… y lo hicieron.
Las noticias sobre la muerte de su hermana fueron las más inquietantes; como le contaron a Sumputu, le habían matado durante un período de tres días. “Imagínense alguien que te mata lentamente,” dice él. “Empiezan cortando tu brazo, luego tu naríz... Así mataron a mi hermana. ¿Cómo es posible que un ser humano pueda hacer semejantes cosas?” Sus preguntas incluían “¿Cómo es posible que gente con quien uno ha crecido, tus propios vecinos, puedan matar a tu familia?” Y, “¿por qué?”
Pasó un año, y en 1995 Samputu se casó con Henriette, y empezaron una vida juntos, pero su ira continuaba destruyéndole. No podía encontrar respuestas que le ayudaran a superar el pasado, y se encontró en un estado de autodestrucción – tomando drogas, alcohol y hasta intentando suicidarse.
El camino de la sanación
Eventualmente le preguntó a alguien, “¿Dónde puedo ir para recibir la palabra de Dios cada día, cada noche, y no regresar a casa y olvidármela? Le dijeron que fuera a la Montaña de Oración en Uganda. Allí se sentó ante la presencia de Dios durante doce horas cada día y hasta aprendió a ayunar. Se volvió conciente del poder de Dios y se dió cuenta de que “Yo puedo cambiar las cosas. Puedo vivir sin ira. Puedo olvidarme de que sufrí. Puedo perdonar a quienes mataron a mis padres… ¡Puedo enseñarles a otros sobre la paz!”
Después de tres meses reconoció que se había sido liberado. “Me curé completamente el mismo día que Dios me ayudó a perdonar,” él recuerda. Dios le dijo, “Ahora estás curado, ahora estás libre. Anda y enseña a los niños. La gente de Rwanda necesita curarse.”
Para perdonar a la gente que mató a su familia y para extender su mensaje, fundó los Niños Mizero de Rwanda, un grupo de 100 jóvenes huérfanos diseminando esperanza mediante la música y danza tradicional de Rwanda.
Samputu dice que muchas personas se engañan a sí mismas cuando dicen que se perdonan unas a otras. Él explica que “El perdón no es algo que pasa entre tú y otra persona. Es algo entre tú y Dios.”
Para ilustrar su afirmación, él abre la Biblia, y de páginas marcadas y subrayadas, lee Mateo 5:44: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” A continuación lee Mateo 6:14: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.”
Encontrándose con los asesinos
Eso fue lo que le empujó a ir a los tribunales de Gacaca en Rwanda en agosto de 2007. Cuando llegó allí, todavía no se había encontrado con sus “enemigos,” y aún así, en su corazón, estaba preparado para perdonarles.
Se dirigió al tribunal afirmando que Dios le había hablado y le había dicho que perdonara, pero él no sabía si la gente que había matado a su familia estaba allí. Se encontró con dos de ellos, Eugene Nyirimana y Vincent Ntakirutimana, que habían crecido juntos con él como amigos y vecinos. Ellos salieron a comer juntos y hablar.
Nyirimana le contó dónde habían enterrado a su padre, dónde le habían matado junto con los otros, y hasta quien tomó su ropa y se la puso. También dijo que cuando su padre le preguntó al que le iba a matar: “Mira, yo tengo 86 años, ¿por qué me quieres matar?” la respuesta fue: “Porque eres un Tutsi.”
Ntakirutimana dudaba al principio si verdaderamente había sido perdonado. Eventualmente, eso condujo a la reconciliación con su esposa. Después de oír que Samputu le había perdonado, ella tambien decidió perdonarle. Ella se había separado de él después de saber que él había participado en secreto de los asesinatos durante el genocidio. El perdón permitió que su familia se vuelva a unir, lo cual ha ayudado a que él también se pueda curar.
Samputu dice que él también perdona a la gente belga, los colonizadores que causaron las divisiones entre los Hutus, los Tutsis, y hasta los Twa. Él acepta las disculpas que Bélgica ha dado a la gente de Rwanda. Él concluye diciendo, “El perdón es el arma más poderosa e impopular contra el terrorismo y las atrocidades.”
Mirando hacia arriba desde donde está sentado en la sala de su casa en Montreal, Canadá, señala hacia la parte más alta de la pared, donde está colgado su premio más reciente: “Embajador para la Paz,” un reconocimiento de la UPF, recibido en 2007. Cuando le preguntamos por qué lo ha colocado tan alto, responde que es una ofrenda a Dios, para recordarle que cualquier cosa que él logre conseguir sólo fue posible porque Dios le ha guiado. “Uno hace ciertas cosas porque es lo que es correcto hacer,” él dice. “Uno no puede recibir premios por eso.”
Para recibir más información vea las páginas web: www.samputu.com y www.mizerochildren.org. Monica Lafon es una estudiante de periodismo y ciencia política en la Universidad Concordia en Montreal, Canadá, y miembro de In Their Shoes (“En Sus Zapatos”), una organización sin fines de lucro con base en Montreal,