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J.B. Richter: El Bicentenario de la Revolución de mayo y la UPF

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Cuando los argentinos pensamos en la Revolución de Mayo - con la que se inició un proceso histórico de seis años de cruentas luchas que culminó con la declaración de nuestra “Independencia de los Reyes Católicos de España, de su metrópoli y de cualquier otra dominación extranjera”- lo hacemos desde distintos ámbitos: el simplemente emocional, el del relato histórico, desde lo burocrático, festivo institucional o en la búsqueda de un rédito político, pero, en general, evitamos todo esfuerzo analítico, que es el que nos permite encontrar el significado profundo de este suceso, comprender sus ideas rectoras y rescatar la enorme riqueza de ese legado espiritual y de valores éticos que nos dejaron los próceres de Mayo para ser una Sociedad, una Patria y una Nación libre e independiente.

Comprender los valores ético-espirituales fundacionales, no sólo es oportuno por el Bicentenario, sino que constituye una obligación para todo buen argentino, decidido a contribuir a la necesaria conciencia histórica colectiva que, superando las permanentes luchas ideológicas y odios, nos permita ser Nación.

Si analizamos la Revolución de Mayo, nos encontramos con aspectos sorprendentes, como por ejemplo, la similitud de sus valores ético-espirituales con los que hoy proclama la UPF (Federación para la Paz Universal).

Indudablemente, los próceres de Mayo recibieron la inspiración de Dios, en tanto sus proclamas, luchas y caminos difíciles que recorrieron, no hubieran sido posibles de no haber estado al abrigo de una llama divina. La decisión de adoptar una actitud revolucionaria para romper las cadenas de esclavitud, opresión, vasallaje, como también la de impulsar a la guerra a todo un continente para lograr su independencia, fueron hechos de naturaleza espiritual, sostenidos por fuerzas espirituales y valores superiores que los aproximaba al Supremo Hacedor.

La primer orden del naciente Gobierno Patrio fue el envío de tropas a Montevideo, Paraguay y el Alto Perú para socorrer y ayudar a todos los habitantes que deseaban ser libres e independientes. No podemos ignorar que, para conformar tres ejércitos distintos hacían falta muchos recursos humanos y materiales. ¿Cómo solucionaron ese problema? Simplemente, proclamaron ideas de igualdad y dignidad humana, superando diferencias de condición de raza, étnicas, nacionalidades y creencias religiosas que presentaba la sociedad colonial estratificada en clases y subclases, por lo que todos, con júbilo, se unieron (blancos, criollos, negros, mulatos, zambos, pardos, morenos) en organizaciones con alto espíritu de cuerpo y elevados valores morales. Teniendo que enfrentar a un enemigo superior en número y organización, la fuerza espiritual otorgó a los patriotas una gran superioridad en condiciones morales que les otorgó la victoria.

Observamos que el tema religioso no fue menor. Las colonias habías sido socializadas por la religión Católica y su iglesia había contribuido a instalar la estructura del poder español en la administración, la explotación y opresión de los habitantes, pero en el vasto territorio colonial, la mayoría de la población era indígena y, por lo tanto, hacían culto al dios Sol. Los negros tenían sus dioses africanos. Las recientes invasiones inglesas habían dejado una profunda huella de protestantismo en Buenos Aires. En este marco conflictivo, los próceres de Mayo superaron este importante desencuentro religioso rompiendo barreras de creencias y en absoluta libertad, orientaron a la fe en un Dios Supremo, padre de todos los hombres de la Tierra, donde la familia era el microcosmos de una sociedad global que debía buscar la libertad para lograr la felicidad y el bien común. Si había un Padre, también debía haber una Madre: la Virgen.

El hecho de haber puesto al Sol incaico en medio del infinito firmamento celeste y blanco al crear nuestra Enseña Nacional, no fue una casualidad.

Vemos que el 11 mayo de 1813 la Asamblea General Constituyente aprobó por aclamación el Himno Nacional, cuyo título fue: “Oíd, mortales, el grito sagrado”, cuyo sentido conlleva la necesidad de difundir al mundo, ideas de carácter universal, en tanto va dirigido a todos los mortales; un esfuerzo colectivo para conformar una sola hermandad, una gran familia de mortales bajo la protección de Dios.

Encontramos también numerosas pruebas de que, desde el inicio de la revolución, se pensó en la creación de una Confederación de Naciones Hispanoamericanas como entidad políticamente unida, confederada. Si bien hubo quienes afirmaron que era una idea impracticable y desmedida, lo real es que a lo largo de toda la lucha independentista hubo esfuerzos para construir una incipiente sociedad global con un concepto de familia universal. Estas ideas las tuvieron San Martín, Pueyrredón, Belgrano, Francisco Miranda y luego Bolívar. Sabemos que San Martín procuró iniciar este proyecto uniendo Chile y Perú a las Provincias Unidas del Río de la Plata, y que luego, al haber sido nombrado “Protector del Perú”, hizo incluir en el Estatuto Provisional del 8-X-1821, la idea de ciudadanía americana: “son ciudadanos del Perú los que hayan nacido o nacieran en cualquiera de los estados de América que hayan jurado la independencia de España”, por lo que su concepto trasciende el Artículo 8° de nuestra Constitución Nacional, que sólo limita el concepto de ciudadano a las provincias argentinas.

Las ideas de Mayo otorgaron una notable cohesión al sistema familiar. Encontramos numerosos ejemplos en que mujeres y niños tomaron las armas para luchar junto a sus maridos como ocurrió con las Heroínas de Cochabamba o Juana Azurduy, que se destacó por su coraje en combates, por lo que Belgrano le otorgó el despacho de Teniente Coronel, “en recompensa a los sacrificios con que esta virtuosa americana se presta a la guerra en obsequio de la libertad”. Sabemos también que, en la creación de los tres ejércitos expedicionarios, como en el Ejército de los Andes, participaron numerosas familias con donativos y en la confección de uniformes y equipos.

Si revisamos las proclamas y documentos de la época, encontramos la permanente presencia de la palabra “Patria”, no sólo haciendo referencia al lugar donde se ha nacido, sino al conjunto de personas que están unidas entre si por un amor verdadero.

Sin embargo, la gran extensión territorial dificultó las prácticas de las ideas originales de este gran esfuerzo espiritual, y con el paso de los años, el mal nuevamente se fue apoderando de muchos corazones; el egoísmo, la ambición desmedida de poder, la corrupción, el olvido de Dios hizo que se iniciara la fragmentación sociopolítica y nuevamente se pusieron barreras para demarcar nuevos feudos por lo que fue creciendo la balcanización. La pereza, los subsidios y la desidia reemplazaron a la virtud del trabajo y trajo una gran pobreza y la disolución familiar.

Debemos aprovechar la oportunidad del “Bicentenario” para superar estos errores cometidos y en un esfuerzo patriótico colectivo podamos hacer realidad los sueños de los Padres de la Patria, una sola hermandad, una gran familia humana, en paz. Hoy es el momento de restaurar la familia para que la Patria pueda ser una realidad bajo la protección de Dios.