Vengo de un país que ha estado de luto por la pérdida de demasiada gente en repetidas guerras y conflictos. M país es frecuentemente pintado en los medios de comunicación como una tierra de fuego, acero, y sangre, un país que sufrió agresiones y avaricia de parte de otros, incitando a muchos a sentir que era el destino de Líbano cargar con el peso del mundo regido por una hegemonía.
Líbano abrazó su destino tempranamente en la antigüedad como puente y mensajero del “diálogo” entre civilizaciones y culturas, a mediada que se complementaban y enriquecían mutuamente. Mi país nunca fue conocido por una raya expansionista o agresiva de su gente; nunca fue conocido por construir sus vestigios sobre el sufrimiento y la destrucción de otros. A medida que la violencia a nivel mundial toma un escarpado giro para peor, el pueblo de Líbano sigue creyendo en su destino como portadores de este “mensaje”.
Líbano transmite, a través de mi, su mensaje de paz basado en la justicia, igualdad, libertad y desarrollo; una paz basada en el “derecho”. Que esta reunión sea un grito ante la cara del mal, de la destrucción y de todos aquellos que usan el mal para subyugar y agredir a otros. Tratemos de buscar y de proteger “la industria de la paz”, a medida que nos esforzamos en hacer frecuente el lenguaje de la paz en el siglo veintiuno. Estamos llamados a volcarnos a los principios de apertura, tolerancia, y justicia, y a dejar a un lado la demagogia y el odio. Hagamos que esta dedicación sea en obra y no solamente en palabra.